Arismendy Rodríguez
(Profesor de Filosofía
y Lógica Jurídica, UAPA)
En diciembre de 2012, a propósito de mi
artículo “Democracia en tiempos de redes sociales”, en una nota al pie prometí
volver sobre el tema de las redes sociales pero enfocando la problemática de
las recurrentes faltas de ortografía.
Resulta deprimente y escandalosa la
cantidad de faltas en la escritura de millones de mensajes que circulan a
diario, principalmente, en las redes de facebook, twitter y los mensajes
instantáneos a través de los teléfonos “inteligentes” con acceso a Internet.
He escuchado a más de uno decir que “la
Internet le ha dañado la escritura a las jóvenes generaciones”, con cierta
pena, y sarcasmo a la vez, le refiero que cómo puede ser posible tal fenómeno,
puesto que la Internet es un mero medio o instrumento, no más. Internet no
cobra vida propia y escribe en contra de su voluntad.
La Internet y, puntualmente, las redes
sociales lo que sí han puesto en evidencia son nuestras grandes falencias o
deficiencias en el manejo del lenguaje escrito. Lo que hoy nos escandaliza a
través de las redes sociales y otros medios, existía antes pero bajo soportes
más rudimentarios y de menor alcance o difusión. Lo que sucede es que la esfera
de lo público hoy es más vasta, se llega a más personas en menor tiempo, se ha
democratizado la información, el rol de informar ya no es exclusivo de los
medios y profesionales del periodismo, sino que con la llegada de los
dispositivos electrónicos conectados a la red cualquiera se arroga el derecho
de informar (¿desinformar quizás?) sin prestar mucha o ninguna atención a las
más elementales normas de ortografía.
Pero cuidado, no se emocionen, las faltas
ortográficas que pululan en las redes sociales no son exclusivas de los
improvisadores, ni de los analfabetos que por simple esnobismo han adquirido el
último teléfono celular o la última portátil, no. Lo que verdaderamente resulta
aterrador y debiera ponernos a pensar seriamente, es ver al LICENCIADO o
LICENCIADA fulano/a de tal escribiendo garrafalmente. Muchos de nuestros amigos
que, incluso descaradamente, firman incluyendo el título alcanzado como
si fuera parte de su nombre de pila en sus perfiles de las redes sociales, se
expresan con tantas incorrecciones que bien le valdría despojarse del título u
ocultarlo, para que sus impronunciables errores ortográficos y faltas de
concordancia al escribir sean menos bochornosos.
La apabullante cantidad de faltas
ortográficas en las redes parecen ganarle la carrera al buen arte de escribir,
y lo peor es que nadie se inquieta, todo parece normal. Las faltas ortográficas
en esos medios, lamentable es decirlo, son la regla; escribir correctamente, la
excepción. La inmensa mayoría, parece sacrificar la correcta manera de
escribir, por el inmediatismo y rapidez por “informar” o expresarse.
Por un tiempo me di a la tarea de corregir
una que otra falta de los mensajes de aquellos contactos con los que tenía
mayor confianza, pero, como era de esperarse no resistí la embestida de la
avalancha de mensajes donde las faltas eran la regla y la correcta escritura la
excepción. Lo único que no abandonaré será el cuidado de escribir con la debida
corrección y confiar en que alguien mejorará su ortografía al calor de nuestras
intervenciones e intercambio de ideas. Aún estoy convencido que merece la pena
dedicar tiempo a repasar lo que escribimos, con diccionario en manos o en
nuestro computador, conscientes de que las consecuencias de no hacerlo pueden
ser catastróficas.
Si nos detuviéramos un poquito a pensar en
la impresión que causamos dependiendo del buen o mal manejo de las normas
ortográficas, seríamos más cuidadosos. Nicolás de Avellaneda decía,
refiriéndose al hábito de la lectura, que: “Cuando oigo que un hombre tiene el
hábito de la lectura, estoy predispuesto a pensar bien de él”; mutatis mutandis
pienso que se puede decir lo mismo respecto de quien escribe correctamente.
La problemática, sin dudas, es sistémica.
Disponemos de un sistema educativo que se torna recurrentemente fallido en el
desarrollo de habilidades comunicativas. También estamos inmersos en una
generación que lee poco o no lee, lo que se traduce en una escasísima capacidad
de comunicación efectiva y de buen manejo del lenguaje, nadie da lo que no
tiene.
Pero, no todo está perdido, existen
novedosas y loables iniciativas que, a través de las mismas redes sociales, han
implementado algunas instituciones como la Real Academia de la Lengua Española
y organizaciones como Fundéu (Fundación del Español Urgente) con el ánimo de
difundir contenidos sobre el buen uso del español y resolver dudas
lingüísticas.
También toman cada vez más fuerza en las
redes sociales los grupos abiertos que propenden por un adecuado manejo del
lenguaje escrito. Por ejemplo me llamó la atención un grupo titulado, a modo de
reproche: “Tus faltas de ortografía me impiden unirme a tu grupo” y otro mucho
más curioso: “Tus faltas de ortografía hacen llorar al niño Dios”.
Dado lo delicado del problema, no sería
descabellado aspirar a unas redes sociales que incluyan filtros para repeler
los mensajes con graves faltas de ortografía, aunque esto nos enfrente con
personas como la autora del siguiente mensaje:
“Me Artan Todas Esa Gente Que Se La Pasan
No Mas Reprochandonos
Que Tenemos Mala Ortografia ,Que Importa?
Lo Que Bale Es Lo
Eres y No Como Escribes
No Es Un Pecado Cada Quien Escribe Como
Quiere Y Ya Dejen De
Fastidiar
Sean Felises Y Dejen Ser Felis. Para Que
Sepan Me Importa Un…” (Omitimos la última palabra).
Cualquiera tira la toalla y a Dios que
reparta suerte.
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